¿Es la Biblia tu libro de tesoro?

Yo también, como muchos pastores de buenas intenciones solía animar y exhortar a mi iglesia: Lean su Biblia. Lean su Biblia. Lean su Biblia. Lean su Biblia. Hasta teníamos impreso en nuesrtro boletín el programa de lectura de McCheyne para que todos pudiésemos estar leyendo la misma cosa juntos. Y después un día Dios me mostró la insensatez de eso. Descubrí que no hay un texto de las Escrituras que me ordena a leerlas. Ni un versículo. Rebuscarás tu concordancia en vano para encontrarlo. Pero encontrarás exhortaciones y mandatos para estudiarla, para meditar en ella, para reflexionar, para pensar en ella, para esconderla en tu corazón. ¿Pero por qué ningún mandamiento para leerla? Porque sólo leer la Biblia es insuficiente. Tiene algún beneficio; no quiero desanimarte de leer un capítulo a diario para mantener al diablo alejado, porque así es como leemos la mayoría de nosotros. Pero eso no es lo que necesitas. Eso no es interactuar con Jesús. No leen sus Biblias para obtener información tampoco. Ahora bien, necesitamos información. Necesitamos conocimiento. Pero ese no es el propósito por el cual Dios te dio una Biblia. Te dio un Libro para que lo puedas conocer a Él, para que interactués con Él, y veas su grandeza hacia ti. y cuando el Señor me mostró eso, revolucionó mi lectura bíblica. Hasta a eso, debo confesar, estudiaba la Biblia como lo hacemos la mayoría de nosotros: para aprender; para aprender más hechos, para adquirir conocimiento. Y eso era casi todo lo que ocurría. Podía impresionar a la gente con ese conocimiento, pero eso era casi todo lo que ocurría. Podía, desde luego, ayudar a alguien, dándole un versículo. Y no menosprecio eso ni trato de minimizar eso, pero usualmente no tenía ningún poder, ninguna vida. ¿Por qué? Porque sólo venía de mi cerebro. Y cuando el Señor me mostró que yo debo abrir este Libro, no con la intención de sólo aprender conocimiento y hechos de Él, ¡pero que yo debo abrir este Libro para escucharlo a Él! ¡Para verlo! ¡Para experimentarlo! Este libro se volvió un tesoro. Ya no era mi libro de texto. Era mi tesoro. Y entonces, me levanto en la mañana y abro mi Biblia y ahora leo para ver a este gran Dios. Leo para ver cuan grande y grandioso es este Dios, porque sé que hoy el enemigo vendrá y me mentirá acerca de mi Dios. Tratará de persuadirme que mi Dios no es tan bueno como Él dice serlo, no tan benévolo como afirma ser, no tan grande como afirma ser, ni es tan glorioso como Él dice que Él es. Por lo tanto, necesito verlo por mi mismo. Necesito experimentar la gloria. Necesito experimentar Su grandeza, Su vastedad, Su omnipotencia. Y sí, Su gran gracia hacia mi, y Su bondad. Y ahora me levanto en la mañana y leo, no sólo para ver cuan grande es Él, pero cuan grande es Él a mi y hacia mi. Eso es lo que Jesús dice: “Si Mis Palabras permanecen en ustedes…” Es el medio por el cual interactuamos, pero hay aun otra cosa, y necesaria. Porque, otra vez, hasta estudiando y meditando en la Palabra de Dios aparte del Espíritu Santo, no habrá ninguna ayuda. Será tinta negra sobre papel blanco.