“Meditarás en él (= el libro de la ley) día y noche” (Josué 1:8).

Moisés había muerto. Se le había encargado a Josué dirigir a esa gran congregación errante, de quizás un par de millones. Sin importar que Josué hubiera visto la gloria de Dios en el monte Sinaí; sin importar que hubiera visto la división del Jordán; sin importar que a su palabra el tiempo se detuviera; sin importar que Dios le hubiera dicho que nadie podía estar de pie delante de Él, Josué tenía que estar metido de cabeza en el libro para prosperar en su llamado. Y lo mismo vale para el cristiano. Es una marca distintiva del verdadero cristiano (Salmo 1).

La meditación no es necesariamente lectura de la Biblia, no es necesariamente memorización de las Escrituras, no es la lectura de buenos libros y comentarios, no es escuchar buenos sermones, no es la oración ni el canto, sino más bien la contemplación sin prisa, con calma, con tranquilidad sobre la Biblia. Es rumia espiritual. Es buscar algún un mensaje fresco del libro que va a penetrar en nuestros oídos (Lucas 9:44), que va a cambiar nuestra forma de pensar, alimentar nuestra alma, formar nuestra conciencia y acelerar nuestra obediencia.

Pero vamos a tener que sacrificar tiempo, horas de sueño y tal vez, incluso, como Marta, el servicio cristiano, para escoger esta parte buena (Lucas 10:38f). Con seguridad, tendrás que sacrificar tus pasatiempos. El diablo te pondría a encerar tu cortadora de césped si no tuvieras cuidado. El enemigo es experto en distracciones sutiles; cualquier cosa para evitar que carguemos las pilas, dejándonos así completamente inútiles.

¿Amas al Señor? ¿Entonces por qué no estás todos los días leyendo detenidamente Su carta de amor? ¿Cuál es tu excusa? De seguro no estás más ocupado que Josué. Lo que te falta no es tiempo, sino corazón.