Y el Señor dijo a Samuel: Oye su voz y nómbrales un rey. – 1 Samuel 8:22

Encontramos en la Escritura varios ejemplos registrados donde el Señor concede los deseos de los hombres, aun y cuando tales deseos son contrarios a Su propia voluntad. Pareciera, en efecto, ser un principio del gobierno moral de Dios, donde Él no va más allá de cierto punto para resistir a la voluntad propia de Sus criaturas, en todo caso durante el período de prueba de Su trato con ellos. Las circunstancias que rodearon el nombramiento de Saúl, hijo de Cis, como el primer rey de Israel, son una ilustración notable de esta verdad. Si el propósito Divino era finalmente introducir la forma monárquica del gobierno en Israel, o no, es claro que el deseo del pueblo para tal cambio no sólo era malo, sino que fueron impulsados ​​por motivos erróneos al considerar tal idea. El orden teocrático, bajo el cual el Señor mismo preparó y puso a cargo a un hombre para que fuera Su instrumento en el gobierno de Su pueblo, fue la elección divina original, y la insistencia del pueblo en sustituir este orden por otro, significó, como hemos aprendido del registro sagrado, un virtual rechazo al Señor mismo cómo la cabeza y gobernante de la nación. No obstante, la petición del pueblo fue concedida en las palabras citadas arriba, y encontramos que no mucho tiempo después Saúl es ascendido y unánimemente aceptado como rey. Los capítulos subsiguientes del primer libro de Samuel relatan una serie de consecuencias desastrosas para Israel, resultado de su propia impaciencia y su propia voluntad. Podemos estar seguros de que si ellos hubieran manifestado un espíritu recto y una actitud de humildad, paciencia y auto juicio, si hubieran esperado en el Señor para dejar en claro Su propio acuerdo para suplir las necesidades de la nación, los acontecimientos hubieran tomado un curso muy distinto. El libro de los Jueces repite una y otra vez la gracia (del Señor), que en tiempos de necesidad nacional y de desastre, aunque fuera ocasionado por el pecado y el retroceder del pueblo, si sólo se volvían de todo su corazón al Señor, Él estaba dispuesto a encargarse de ellos, y darles a alguien escogido y preparado por Él, para liberarlos.

A medida que avanzamos en la historia del Rey Saúl, nos impresiona el hecho de que, aunque parece haber fracasado en un período relativamente temprano de su reinado, la intervención divina para su destronamiento fue llevada a cabo lentamente. Es verdad que en cuanto al propósito fue rechazado del reino, y que el hombre, quien en la Providencia Divina iba a ser su sucesor, fue ungido para el oficio real; sin embargo, pasaron largos años, durante los cuales se nos dice que el Espíritu de Dios había sido retirado de Saúl, y había sido entregado a la influencia de un espíritu maligno, convirtiéndose así en un íncubo y una desgracia en cuanto a la prosperidad de su país. La experiencia del pueblo de Israel durante este largo periodo, nos brinda un instructivo ejemplo de verdad; que cuando los hombres por impaciencia y voluntad propia insisten en algo que no es el propósito de Dios para ellos, seguramente tendrán que comer el fruto de sus propias acciones, y la serie de consecuencias que ha sido puesto en marcha tendrá que seguir su curso, aun si resulta ser algo triste y lleno de maldades. Estas cosas están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos, y corresponde específicamente a los llamados a participar activamente en el servicio del Señor, tener cuidado de sí mismos; a menos que descuiden su caminar en el Señor o negligencia en los medios de gracia, llegaran poco a poco a estar cada vez más lejos de Dios, y perderán su capacidad de percibir Su voluntad. No hacer caso a la conciencia y la falta de plena obediencia al Espíritu Santo en la vida personal de un cristiano le exponen al grave peligro de, o exhibir su voluntad propia, o por lo menos tomar un curso de acción equivocado en tiempos de prueba y perplejidad.

El caso del patriarca Abraham en relación con el nacimiento de Ismael nos muestra cómo hasta el hombre de la fe y obediencia más eminentes puede equivocarse y cometer un error fructífero en maldades durante los años siguientes. Se recordarán que cuando él percibió que su acción iba a resultar en discordancia, Abraham envió lejos a Agar, con la esperanza de evitar así el problema que estaba evidentemente próximo sobre su familia. Pero no sucedió así: Dios mismo trajo a Agar de vuelta. Tampoco es difícil ver que, durante años después, hubo elementos de conflicto e infelicidad en la vida doméstica de Abraham como resultado de su fracaso en un tiempo de pruebas para ejercer una fe y una paciencia tan plenas como debió haber hecho.