“Bienaventurado el que piensa en el pobre; en el día del mal el Señor lo librará. El Señor lo protegerá y lo mantendrá con vida, y será bienaventurado sobre la tierra; y no lo entregarás a la voluntad de sus enemigos.” (Salmo 41:1-2)
Este es el tercer salmo que empieza con una bendición. El primero declara bienaventurado a aquel que busca la palabra de Dios; el segundo, a aquel cuyo pecado es perdonado. Éste demuestra el fruto de aquellos que han hallado a Dios y, en Él, la redención de sus pecados. El aprecio por los pobres no es un medio para conseguir el perdón por nuestras ofensas contra Dios, sino que es la evidencia confiable de la persona que tiene la gracia de Dios en su corazón.
Un cristianismo conservador adinerado que hace sonoros alardes de las virtudes del trabajo arduo, de la responsabilidad financiera, la defensa nacional y la ortodoxia teológica, pero es totalmente insensible al sufrimiento de la humanidad que le rodea, es un fraude y un oprobio para el nombre de Jesucristo.
Los pobres que tenemos en vista aquí no deben ser confundidos con esa horda perezosa e irresponsable de bandidos que están constantemente vociferando y gritando y agitando sus puños contra el gobierno y la iglesia, exigiendo sus “derechos” a un cierto nivel de vida cómodo. La Biblia deja muy claro que si un hombre no trabaja tampoco comerá. Y nada se dice sobre su derecho a rechazar un trabajo honesto “por debajo de su dignidad”. Nadie tiene “derecho” a los frutos del trabajo de otro hombre. La riqueza que una persona ha obtenido es suya, para hacer lo que le plazca.
Pero la Biblia es igualmente clara en cuanto al carácter benévolo y compasivo del cristianismo verdadero. El Salvador que dejó a un lado Sus riquezas y se hizo pobre con el fin de rescatarnos de nuestra angustia imparte la misma vida de gracia en aquellos que son nacidos de Su Espíritu. Dar está en el corazón mismo de la experiencia cristiana, y el motivo rector de toda la vida cristiana. Es completamente imposible que una persona esté bien con Dios y esté mal en cuanto a dar su dinero.
Esta advertencia tampoco está dirigida únicamente a los ricos. Es deber de todos nosotros dar a quienes tenemos la oportunidad. Sólo el egoísmo y la avaricia lo impedirán. El que así socorre a los verdaderamente pobres encontrará que Dios es su Campeón en el día de su propia aflicción. Y de seguro llegará ese día.