Condenados a muerte: Esperando la ejecución

Un príncipe que viajaba por Francia visitó la ciudad de Tolón. En esta ciudad estaban usando un recinto naval para encarcelar a personas que habían sido juzgadas y encontradas culpables. En honor al rango del príncipe, el comandante a cargo del lugar le pidió que escogiera a uno de los prisioneros, para dejarlo en libertad. El príncipe, deseando hacer el más sabio uso de este privilegio habló con muchos de ellos, uno tras otro, preguntándoles por qué habían sido condenados a muerte.

“Fui acusado falsamente”, exclamó uno. “Tuve un juicio injusto y testigos prejuiciosos”, se quejó otro. “Por causa de leyes injustas e irracionales”, fue la afirmación de otro que se había puesto en contra de la autoridad civil. Otro, hasta se quejó de haber sido víctima del corrupto sistema social y económico. Todos querían convencerlo de que eran sólo inocentes que habían sido maltratados y oprimidos.

Por fin llegó a uno que respondió: “Señor, ninguna razón tengo para quejarme; he sido un desgraciado, muy malvado y rebelde, y considero que es una gran misericordia que todavía siga con vida”.

El príncipe fijó sus ojos en él y dijo: “¡Despreciable malvado! Es una lástima que a usted se le pusiera entre tantos hombres honestos. Por su propia confesión usted es tan malvado que puede corromperlos a todos; así es que no se quedará con ellos ni un día más”. Entonces, volviéndose hacia el oficial, dijo: “Este es el hombre al que deseo ver en libertad, señor”.

El amargo remordimiento que llenó los corazones de los otros hombres cuando vieron a su compañero salir libre ―mientras ellos se quedaban a enfrentar su muerte― puede ser mejor imaginado, que contado. Cualquiera de ellos podría haber sido puesto en libertad si hubiera confesado su culpa.

Pero un remordimiento infinitamente mayor le espera a cada lector de estas líneas que no acepta confesar su ruina, su culpa y su justa condenación, y recibir el perdón que Dios ofrece sólo a pecadores que confiesan sus pecados.

Sólo los pecadores que han sido perdonados y purificados estarán en el cielo. Jesús dice: “No he venido a llamar a justos sino a pecadores al arrepentimiento.” “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos.” “… El Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que se había perdido.” “Palabra fiel y digna de ser aceptada por todos: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.” (Lucas 5:32; 5:31; 19:10; 1 Timoteo 1:15)

Su cruz, Su sangre, Su justicia ―
Mi esperanza, mi única súplica.
Mis pecados merecen la muerte eterna,
Pero Jesús murió por mí.

“El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que no obedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él”. (Juan 3:36)