Dado que el infierno eterno es real, entonces ¿qué importa lo que alguna persona piense de mí?, ¡cuando se va a ir al infierno eterno! Solamente eso debería motivarnos a superar nuestros temores absurdos y ser gentilmente audaces para contarle a la gente las buenas noticias de Jesucristo.
Transcripción
Y lo que creo, hermanos y hermanas, es que una de las mayores motivaciones para nuestra audacia al evangelizar es la consideración del horrible destino que aquellos enfrentarán —algunos miembros de nuestra familia, seres queridos y amigos, y compañeros de trabajo— el destino que enfrentarán apartados de Jesucristo. Ellos irán a un lugar de llanto y crujir de dientes. Irán a un lugar de oscuridad externa, separados de la Presencia del Señor. Un lugar donde serán atormentados en cuerpo y alma, día y noche; un lugar del que nunca serán puestos en libertad. Y, empezando conmigo mismo, todos necesitamos pensar con más frecuencia acerca de los horrores del infierno y de los tormentos del Infierno, y el hecho de que algunos de nuestros seres queridos van a ir ahí. No en un sentido morboso, sino en un sentido realista; el infierno es real. Nadie enseñó más acerca del infierno que el amoroso, compasivo, bondadoso Señor Jesucristo. Es real, y no tiene fin; y no vamos a llegar al final y Dios va a decir: “Ja, sólo estaba bromeando, sólo quería asustarte; solo una pequeña táctica para motivarte”. No, lo que Dios dice es en serio. Y el infierno es real. Eso por sí solo debería superar nuestros temores absurdos. ¿Qué importa lo que alguien de carne y hueso piense acerca de mí? ¡Cuando se está yendo al infierno eterno! Solo eso debería motivarnos a superar nuestros temores absurdos y a ser gentilmente audaces al contarle a la gente las buenas nuevas. Termino de hablar con ustedes, creyentes, con una cita de Spurgeon. Algo cuya altura no he alcanzado y necesito más gracia de parte de Dios para practicarla. Tal vez muchos de ustedes la conocen; Spurgeon dijo: “Si los pecadores han de ser condenados, por lo menos que salten al infierno por sobre nuestros cadáveres; y si perecen, que perezcan con nuestros brazos en torno a sus rodillas, implorándoles que se queden. Si el infierno ha de llenarse, que se llene pese a nuestros arduos esfuerzos; y ninguna persona vaya sin ser advertida y sin que se haya orado por ella.” Que eso nos motive a ser audaces en nuestra evangelización.