El Señor Jesús, cuando les da vida, les da una voz y una lengua, y les dice: “Ya no eres mudo”. Dios no tiene hijos mudos. El orar es una parte de su nueva naturaleza, igual que el llorar lo es para un niño. Ellos ven su necesidad de misericordia y de gracia. Ellos sienten su vacío y su debilidad. Ellos no pueden hacer otra cosa que lo que hacen. Ellos tienen que orar.

He examinado cuidadosamente las vidas de los santos de Dios en la Biblia. No puedo encontrar uno de cuya historia se nos cuente mucho, desde Génesis a Apocalipsis, que no fuera un hombre de oración. Encuentro que una característica que se menciona acerca del hombre piadoso, es que invoca al Padre (1 Pedro 1:17), o el nombre del Señor Jesucristo (1 Corintios 1:2). Y está registrada como una característica de los impíos el hecho de que ellos no invocan al Señor (Salmo 14:4).

He leído las vidas de muchos cristianos eminentes, quienes han vivido en la tierra desde los tiempos bíblicos. Veo que algunos de ellos fueron ricos, y algunos pobres. Algunos fueron instruidos, y algunos faltos de instrucción. Algunos de ellos fueron Episcopales, y otros eran cristianos de otras denominaciones. Algunos eran calvinistas, y algunos eran arminianos. Algunos amaron usar una liturgia, y algunos no usar ninguna. Pero veo una cosa que todos tenían en común. Todos ellos han sido hombres de oración.

Estudio los informes de las sociedades misioneras de nuestros tiempos, y veo con gozo que hombres y mujeres paganos están recibiendo el Evangelio en varias partes del mundo. Hay conversiones en África, en Nueva Zelanda, en Indostán, en China. Las personas convertidas son naturalmente distintas unas de las otras en todos los aspectos. Pero observo una cosa llamativa en todas las bases misioneras: que las personas convertidas siempre oran. Yo no niego que un hombre pueda orar no de corazón y sin sinceridad. No pretendo ni por un momento decir que el mero hecho de personas orando prueba que todo es acerca de su alma. Como en cualquier otro aspecto de la religión, así también en éste, puede haber engaño e hipocresía.

Pero esto sí digo, que el no orar es una prueba clara de que ese hombre aún no es un verdadero cristiano. Él no puede sentir sus pecados verdaderamente. No puede amar a Dios. No puede sentirse a sí mismo un deudor hacia Cristo. No puede anhelar santidad. No puede desear el cielo. Aún le hace falta nacer de nuevo. Él todavía tiene que ser hecho una nueva criatura. Puede jactarse confiadamente en la elección, la gracia, la fe, la esperanza y el conocimiento, y engañar a gente ignorante. Pero usted puede estar seguro de que es toda vana palabrería si ese hombre no ora.

Y digo, además, que de todas las evidencias de la obra genuina del Espíritu, un hábito de oración privada de corazón es una de las más satisfactorias que podrían mencionarse. Un hombre puede orar por motivos engañosos. Un hombre puede escribir libros y hacer discursos magníficos y parecer diligente en buenas obras, y todavía ser un Judas Iscariote.

Pero un hombre rara vez se dirige a su closet, y derrama su corazón delante de Dios en secreto, a menos que sea en serio. El Señor mismo ha puesto su sello de la oración como la mejor prueba de una verdadera conversión. Cuando Él envió a Ananías a Saulo en Damasco, Él no le dio ninguna otra evidencia de su cambio de corazón más que ésta: “he aquí, está orando” (Hechos 9:11).

Sé que mucho puede pasar por la mente de un hombre antes de que sea movido a orar. Él puede tener muchas convicciones, ganas, deseos, sentimientos, intenciones, resoluciones, esperanzas y temores. Pero todas estas cosas son evidencias muy inciertas. Éstas se encuentran en personas impías, y a menudo quedan en nada. En más de un caso, no son más duraderos que la nube de la mañana, y el rocío que pasa. Una verdadera y ferviente oración viniendo de un espíritu contrito y quebrantado, vale más que todas estas cosas puestas juntas.

Sé que el Espíritu Santo, quien llama a los pecadores de sus malos caminos, en muchos casos los lleva muy despacio y por grados pequeños al conocimiento de Cristo. Pero el ojo del hombre puede juzgar sólo por lo que ve. Yo no puedo llamar a nadie justificado hasta que él crea. No me atrevo a decir que alguien ha creído hasta que él ore. No puedo entender una fe muda. El primer acto de fe será el hablar a Dios. La fe es al alma lo que la vida es al cuerpo. La oración es para la fe lo que el respirar es para la vida. Cómo un hombre puede vivir sin respirar está fuera de mi comprensión, y cómo un hombre puede creer y no orar también está fuera de mi comprensión.

Nunca se sorprenda si llega a escuchar ministros del Evangelio abordando mucho acerca de la importancia de la oración. Éste es el punto al que queremos llevarlo a usted; queremos saber que usted ora. Su perspectiva doctrinal puede ser correcta, su amor por el protestantismo puede ser cálido e inconfundible, pero a pesar de ello, esto puede ser nada más que conocimiento intelectual y un espíritu partidario. Nosotros queremos saber si en realidad usted se está familiarizando con el trono de la gracia, y si usted puede hablarle a Dios tan bien como puede hablar acerca de Dios.

¿Desea usted saber si es un verdadero cristiano? Entonces tenga la seguridad de que mi pregunta es de la mayor importancia: ¿Usted ora?